ARENA MARTÍNEZ & PAPARTUS CERAMICS

La influencia mutua, la compenetración en el trabajo y la admiración del uno por el otro es más que obvia en estas cerámicas, donde la armonía en la gestualidad del trazo y la selección de los colores utilizados es tal que es imposible distinguir la intervención de cada uno. Lo cual no es de extrañar, pues desde muy pequeña Arena pasaba los días en el estudio, a modo de playground, donde ha ido creciendo rodeada de las pinturas, lienzos y pinceles de su padre. Y esta influencia es clara no solo en los diseños de Arena sino también en los cuadros de Papartus, donde su pintura se ve estimulada por los seres que le rodean y a los que ama, así, en numerosas pinturas puede leerse la palabra Arena.

La relación con la cerámica no es algo nuevo para ellos, ya desde que Arena era pequeña, iban padre e hija al taller de cerámica a pintar juntos aunque no fue hasta el año pasado, durante el confinamiento, cuando decidieron retomar esta maravillosa práctica que, en palabras de ambos, lo encuentran como algo realmente nutritivo y gratificante.

Pintar cerámicas a cuatro manos podría responder a una especie de juego, algo así como un cadáver exquisito que responde a que la creación, tal y como sostenían los surrealistas Paul Éluard, André Bretón o Tristan Tzara, debía de ser grupal, intuitiva, espontánea, lúdica y en lo posible automática.

El acto de pintar es, normalmente, un acto que se lleva a cabo en solitario, pero las cerámicas se pintan en torno a una mesa. Como dice Papartus, esta experiencia le recuerda a las mesas donde las abuelas hacen punto de cruz, en las que pasan horas y horas charlando entre ellas mientras tejen. Al fin y al cabo es compartir un espacio de ensimismamiento con alguien más y cuando esto se hace con un ser querido y se disfruta tanto del proceso como lo han hecho ellos, las experiencias y las sensaciones quedan plasmadas en el resultado del trabajo, cargando estas piezas de una gran energía, tal y como podemos ver en las obras de esta exposición.